zUmO dE pOeSíA

zUmO dE pOeSíA
de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

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sábado, 31 de enero de 2015

El dios abandona a Antonio (por Konstantinos Kavafis)

Cuando de pronto a medianoche oigas
pasar una invisible compañía
con admirables músicas y voces,
no lamentes tu suerte, tus obras
fracasadas, las ilusiones
de una vida que llorarías en vano.
Como dispuesto desde hace mucho, como un valiente,
saluda, saluda a Alejandría que se aleja.
Y sobre todo no te engañes, no digas
que fue un sueño, que tus oídos te confunden;
a tan vana esperanza no desciendas.
Como dispuesto desde hace mucho, como un valiente,
como quien digno fue de tal ciudad,
acércate a la ventana con firmeza,
escucha con emoción, pero nunca
con lamentos y quejas de cobarde,
goza por vez final los sones,
la música exquisita de esa tropa divina,
y despide, despídete de Alejandría que así pierdes.


viernes, 30 de enero de 2015

jueves, 29 de enero de 2015

Cuando el caballo (por Máximo Simpson)


Cuando el caballo habla,
tiembla toda la casa del olvido.
Tiembla toda la casa,
tiembla todo el olvido:
las puertas de la noche retroceden.

Cuando el caballo clama,
cuando el caballo augura, profetiza,
se oscurecen ventanas y canceles,
y el hombre a la deriva da un rodeo,
hace un alto y espera.

Cuando el caballo habla y se anticipa,
todos callan de pronto,
y el desvalido orgullo de la especie
se amontona en la lengua.
Cuando el caballo habla,
la pampa sueña con el mar,
y el jinete desmonta,
se aventura por dentro de sus ojos,
se desnuda.

Cuando el caballo habla,
cuando sabe,
la memoria perdida se instala en la existencia
y corroe las hondas certidumbres.
Cuando el corcel florece en la tormenta,
cuando sus manos se alzan hacia el cielo,
cuando de pronto brinca y vaticina,
un ambiguo claror empaña los cristales,
una lluvia indecisa retorna hacia lo alto.

Cuando el caballo sabe,
cuando el jinete escucha,
declina el sacerdote sus trofeos.

Cuando el caballo habla,
pone el hombre pie en tierra,
medita en sus ancestros,
se prepara.

miércoles, 28 de enero de 2015

Bajo un cielo inceleste (por Wislawa Szymborska)


Lo llamamos grano de arena.

Pero él no se llama a sí mismo ni grano ni arena.

Prescinde de nombre

común, individual,

fugaz, duradero,

erróneo o adecuado.

Indiferente a nuestra mirada, al tacto.

No se siente ni visto ni tocado.

Y si cae en el alféizar de la ventana

la vivencia es nuestra, no suya.

A él tanto le da dónde caer

sin la certeza de estar cayendo

o de haber caído ya.

Desde la ventana hay una bella vista sobre el lago,

pero esta vista no es capaz de verse a sí misma.

Incolora, informe,

inaudible, inodora

e indolora vive en este mundo.

El fondo del lago nunca toca el fondo,

sus orillas no tienen orillas.

Sus aguas no se mojan ni tampoco se secan.

Las olas no se sienten singulares ni plurales.

Susurran sordas a su susurro

entre piedras ni pequeñas ni grandes.

Y todo sucede bajo un cielo de por sí inceleste,

donde el sol se pone sin ponerse nunca

y sin ocultarse se oculta tras una nube inconsciente,

que el viento alborota por el mero impulso

de soplar.

Transcurre un segundo.

Otro segundo.

Un tercer segundo.

Pero son sólo nuestros tres segundos.

El tiempo ha volado como mensajero con una noticia urgente.

Pero sólo es un símil elaborado por nosotros.

Personaje inventado, atribuida la prisa,

inhumana la noticia.

martes, 27 de enero de 2015

Hasta entonces (por Philip Larkin)


Siempre demasiado impacientes por el futuro, adquirimos
la mala costumbre de la esperanza.
Siempre hay algo que se acerca; cada día
decimos Hasta entonces,

desde un acantilado observamos cómo se aproxima
la íntima, nítida y centelleante flota de promesas.
¡Qué lenta es! ¡Y cuánto tiempo pierde
evitando darse prisa!

Y ahí nos tiene, sujetando los tristes tallos
de la decepción, pues, aunque nada frustra
cada gran aproximación, con ostentación de bronce,
cada maroma definida,
con su pendón, y el mascarón con sus tetas doradas
arqueándose hacia nosotros, nunca echa el ancla.
En cuanto se hace presente ya es pasado.


Hasta el final
pensamos que la nave se pondrá al pairo y descargará
todo lo bueno en nuestras vidas, todo lo que nos deben
por esperar tanto y con tanto fervor.
Pero nos equivocamos:

Sólo un barco nos busca, desconocido,
de velas negras que remolca un silencio
inmenso y sin pájaros. A su estela
ni nacen ni rompen las aguas.

lunes, 26 de enero de 2015

Trabajo nocturno (por Juan Manuel Inchauspe)


Temprano
esta mañana
encontré en el patio de casa
el cuerpo de una enorme rata
inmóvil.
Moscas de alas tornasoladas
zumbaban alrededor del cadáver
y se apretaban en los orificios de unas heridas
que habían sido sin duda mortales.
Con bastante asco
la alcé con la pala y la enterré
en un rincón alejado
del jardín.

Al volverme
desde el matorral de hortensias florecidas
emergió mi gata dócil
desperezándose.
Su brillante pelaje estaba todavía
erizado por la electricidad de la noche.
Me miró
y después comenzó a seguirme
maullando suavemente
pidiéndome —como todas las mañanas-
su tazón de leche fresca
y pura.

domingo, 25 de enero de 2015

En esta vecindad (por Vicente Gallego)


El cuerpo ametrallado de la persiana filtra los primeros rayos de un sol frío. Van apuntando los volúmenes de las cosas, todavía dormidas, en el cuarto. Es el momento de la pereza santa, la que no forma parte de los pecados capitales, porque no es una pereza de hacer, que oculta la de ser, sino gustoso abandono a la plena realidad de la conciencia en calma que, a estas horas, todavía temprano, halla en sí su acomodo. En la calle sopla su silbato el último afilador. Choca el acero contra el esmeril y prende el chismorreo de las chispas. En esta vecindad vive el hombre, en esta familiaridad con lo prodigioso.


sábado, 24 de enero de 2015

Y algún día me las traiga (por Juan Carlos Onetti)


Desde hace meses
con inusitada frecuencia
no me deja el cartero cartas tuyas.

Será amnesia del hombre
o tal vez las apile
en un rincón limpio
de su cuarto de soltero
solterón
y algún día me las traiga
cinta rosa
todas juntas
como un banquete
para el olvidado hambriento
que puede imaginarse
desde ahora
una clara catarata
de ternuras y recuerdos.


viernes, 23 de enero de 2015

Este grito (por Maha Vial)


grito enquistado ferviente sube por las laderas de la garganta y raspa hiere sangra amurra el alma y un torbellino una amalgama de carne y ánima que espanta y revuelve la estructura como sopa caliente oh este grito hecho de infamia tormento hacinamiento de voz mezcla de parición y muerte grito demencial en la mente estertóreo y final de alguna parte que viene más atrás ancestral añejo y sudante inoculado en la palabra que roza que martiriza ay duele ah sí ese grito borracho maloliente de retrete y un olvido petrificado en su reflejo dando vueltas la espiral infinita que no cesa suspira el grito antes de clavar sus uñas su maleficio en la memoria y qué ganas de huir mientras atrapa y suma otros gritos entonces caen cubos de hielo gritantes rompiendo la barrera del sonido avanzando a la velocidad de la luz oh grito grito de refinamientos y operístico en su representación que se acicala antes de salir a escena deja perplejo provoca risa después de todo pero es mal que mal un grito que se avecina y ya viene la tormenta y nos deja desnudos en medio de la plaza qué vergüenza qué estupor ay grito hecho de polvo y convertido en polvo al final ag lo único que se anhela es gritar AG AG


jueves, 22 de enero de 2015

Y se arman nudos (por Germán Gallo)


cuando lucía agarra las agujas
teje fantasmas

un punto acá en el blanco
y otro
acá
haciendo espacio

acá está ese que dijo que no
y acá el miedo
punto
no estoy linda
punto basta

a veces me miro
y quiero estar hecha de otro cuerpo punto

es en el tren volviendo de la facultad
y la bufanda en sus manos parece un par de alas
verde las alas y no hay punto que no hable
de lo que todavía está vacío

acá viene mamá diciendo vos vas a ser alguien
y mamá diciendo yo confío en vos
y mamá, llorando un día sin saber por qué
vos no te preocupes, querida, y seguí que sos distinta
punto y aprendiendo a tejer
siempre fantasmas
qué tejía mamá, se pregunta lucía
qué fantasmas, dónde estaba yo cuando ponía un punto

acá está ella y padre y el campo
y las mariposas que se parecen a esta bufanda
punto y él
que un día me dijo te quiero para siempre y se fue
y no va a volver y yo estoy sola y
punto
por qué se va por qué lo llevan punto

mamá las armas padre las horas el piso sucio en el tren
punto
lucía yo mi nombre mis manos

a veces se forman círculos en la tela y se arman nudos
y lucía piensa
los fantasmas se están quejando otra vez
tengo que desarmar
y volver a tejer

miércoles, 21 de enero de 2015

Así es como emigro (por Luz Marchio)


Dejar atrás todo.

Incluso los días en los que fui

un perro amado

al borde de la cama.

Así es como emigro de la niñez.

Me hubiera gustado que te dieras cuenta

de algo: llevo un árbol con uñas rojas por dentro.

Yo hablo con Anahí.

Niña perro tenemos que encontrar la manera

de convivir sin vernos.

Ahora somos una sola mujer

repartida en la calle.

Cada verano

las tardes de tierra mojada

harán el resto.

Puede ser.

martes, 20 de enero de 2015

El otro (por Saiz de Marco)


"Ya no soy ése

sino otro distinto

El que no desertó de ser quien era

El que no arrinconó sus ilusiones

El que nunca se zancadilleó

En adelante

desde ahora mismo voy a ser

otro

el otro

el de verdad"



Lo piensas y en eso

(primer obstáculo)

alguien te llama con


tu viejo nombre

lunes, 19 de enero de 2015

Rebelaos (por Dylan Thomas)

No entres dócilmente en esa buena noche,
la vejez ha de arder y delirar al final del día:
rebélate, rebélate contra la luz que agoniza.

Aunque los sabios sepan al final que están bien las tinieblas,
porque de sus palabras no ha brotado el relámpago,
no entres dócilmente en esa buena noche.

Hombres buenos, ante la última ola, llorando el resplandor
que sus frágiles obras habrían tenido danzando en la verde bahía,
rebelaos, rebelaos contra la luz que agoniza.

Hombres locos que al vuelo atraparon y cantaron al sol,
y que comprendieron, demasiado tarde, que ensombrecían su camino,
no entréis dócilmente en esa buena noche.

Hombres serios, moribundos, que con mirada cegadora veis;
los ojos ciegos pueden arder como meteoros y ser joviales,
rebelaos, rebelaos contra la luz que agoniza.

Y tú, padre mío, allí en la triste cima,
maldíceme, bendíceme con tus fieras lágrimas, te imploro.
No entres dócilmente en esa buena noche,
rebélate, rebélate contra la luz que agoniza.

domingo, 18 de enero de 2015

Ardo sencillamente (por Ana Istarú)


Ahora que el amor

es una extraña costumbre,

extinta especie

de la que hablan

documentos antiguos,

y se censura el oficio desusado

de la entrega;


ahora que el vientre

olvidó engendrar hijos,

y el tobillo su gracia

y el pezón su promesa feliz

de miel y esencia;


ahora que la carne se anuda

y se desnuda,

anda y revolotea

sobre la carne buena

sin dejar perfumes, semilla,

batallas victoriosas,

y recogiendo en cambio

redondas cosechas;


ahora que es vedada la ternura,

modalidad perdida de las abuelas,

que extravió la caricia

su avena generosa;


ahora que la piel

de las paredes se palpan

varón y mujer

sin alcanzar el mirto,

la brasa estremecida,

ardo sencillamente,

encinta y embriagada.


Rescato la palabra primera

del útero,

y clásica y extravagante

emprendo la tarea

de despojarme.


Y amo.

sábado, 17 de enero de 2015

Durmiendo sobre la colina (por Edgar Lee Masters)


¿Dónde están Elmer, Herman, Bert, Tom y Charley,
el débil de voluntad, el fuerte de brazo, el payaso, el borrachín, el luchador?
Todos, todos están durmiendo sobre la colina.

Uno murió de una fiebre,
uno murió quemado en una mina,
uno fue muerto en una riña,
uno murió en una cárcel,
uno cayó de un puente trabajando asiduamente para sus niños y su esposa.
Todos, todos están durmiendo, durmiendo, durmiendo sobre la colina.

¿Dónde están Ella, Kate, Mag, Lizzie y Edith,
el tierno de corazón, el alma simple, la ruidosa, la orgullosa, la feliz?
Todas, todas están durmiendo sobre la colina.

Una murió en un vergonzoso nacimiento de un niño,
una de un amor frustrado,
una a manos de un bruto en un burdel,
una de un orgullo roto, buscando el deseo del corazón;
una después de vivir lejos en Londres y París,
había llevado a su pequeño espacio a Ella y Kate y Mag.
Todas, todas están durmiendo, durmiendo, durmiendo sobre la colina.

¿Dónde están el Tío Isaac y la Tía Emily,
y el viejo Towny Kincaid, y Sevigne Houghton,
y Major Walter, quien había conversado
con venerables hombres de la revolución?
Todos, todos están durmiendo sobre la colina.

Ellos les llevaron hijos muertos de la guerra
e hijas cuyas vidas estaban aplastadas
y sus niños sin padres, llorando.
Todos, todos están durmiendo, durmiendo, durmiendo sobre la colina.

¿Dónde está el viejo Fiddler Jones,
quien jugó con la vida durante todos sus noventa años,
arrostrando aguanieve con el pecho desnudo,
bebiendo, alborotando, no pensando en su esposa ni en sus parientes,
ni en el oro, ni en el amor, ni en el cielo?
¡Helo aquí! Parlotea largamente sobre pescados fritos,
sobre carreras de caballos largamente en Clary Grove,
sobre lo que Abraham Lincoln dijo
una vez en Springfield.

viernes, 16 de enero de 2015

Asoman las raíces (por Jaime Gil de Biedma)


Los pinos son más viejos.

Sendero abajo,
sucias de arena y rozaduras
igual que mis rodillas cuando niño,
asoman las raíces.
Y allá en el fondo el río entre los álamos
completa como siempre este paisaje
que yo quiero en el mundo,
mientras que me devuelve su recuerdo
entre los más primeros de mi vida.

Un pequeño rincón en el mapa de España
que me sé de memoria, porque fue mi reino.
Podría imaginar
que no ha pasado el tiempo,
igual que a los seis años, a esa edad
en que el dormir descansa verdaderamente,
con los ojos cerrados
y despierto en la cama, las mañanas de invierno,
imaginaba un día del verano anterior.
Con el olor
profundo de los pinos.
Pero están estos cambios apenas perceptibles,
en las raíces, o en el sendero mismo,
que me fuerzan a veces a deshacer lo andado.
Están estos recuerdos, que sirven nada más
para morir conmigo.

Por lo menos la vida en el colegio
era un indicio de lo que es la vida.
Y sin embargo, son estas imágenes
—una noche a caballo, el nacimiento
terriblemente impuro de la luna,
o la visión del río apareciéndose
hace ya muchos años, en un mes de setiembre,
la exaltación y el miedo de estar solo
cuando va a atardecer—,
antes que otras ningunas,
las que vuelven y tienen un sentido
que no sé bien cuál es.
La intensidad
de un fogonazo, puede que solamente,
y también una antigua inclinación humana
por confundir belleza y significación.

Imágenes hermosas de una historia
que no es toda la historia.
Demasiado me acuerdo de los meses de octubre,
de las vueltas a casa ya de noche, cantando,
con el viento de otoño cortándonos los labios,
y de la excitación en el salón de arriba
junto al fuego encendido, cuando eran familiares
el ritmo de la casa y el de las estaciones,
la dulzura de un orden artificioso y rústico,
como los personajes
en el papel de la pared.

Sueño de los mayores, todo aquello.
Sueño de su nostalgia de otra vida más noble,
de otra edad exaltándoles
hacia una eternidad de grandes fincas,
más allá de su miedo a morir ellos solos.
Así fui, desde niño, acostumbrado
al ejercicio de la irrealidad,
y todavía, en la melancolía
que de entonces me queda,
hay rencor de conciencia engañada,
resentimiento demasiado vivo
que ni el silencio y la soledad lo calman,
aunque acaso también algo más hondo
traigan al corazón.
Como el latido
de los pinares, al pararse el viento,
que se preparan para oscurecer.

Algo que ya no es casi sentimiento,
una disposición
de afinidad profunda
con la naturaleza y con los hombres,
que hasta la idea de morir parece
bella y tranquila. Igual que este lugar.


jueves, 15 de enero de 2015

Abrigo azul (por José Luis Piquero)


Hace un frío de muerte, un frío triste
incluso para enero y para estar tan solo.
Y yo soy poco menos que una persona hundida
en las solapas de mi americana,
un ser raro del frío que gasta americana, un sospechoso,
alguien que bien podría enseñar una placa o un cuchillo.

Y ahora me acuerdo de mi abrigo azul
de pelo de camello,
el mejor que he tenido. Tú me lo regalaste.
Recuerdo que llegaste con él a la oficina y allí mismo
me lo probé. Mis compañeros
se reían y a mí me daba igual.
Era un señor abrigo, lo escogiste
a ojo de buen cubero: me caía perfecto.
Se podía plantar cara al invierno con un abrigo así.

Pero ahora no lo llevo y mira que hace frío en estas calles
de todos los demonios. El abrigo
estará a 1.000 kilómetros, cálido para nadie, piel gastada.
Tú y yo estamos también a 1.000 kilómetros
o a 100.000 años luz, igual que dos cometas, y si nos encontráramos
sólo cabría un choque: un cataclismo.

Mi querida enemiga: finalmente
ocurrió lo que entonces, cuando venías con tu bolsa y en la bolsa el abrigo
y yo me lo probaba en la oficina
como se viste un príncipe en el día de su coronación,
ha ocurrido lo que era en aquel tiempo la peor de nuestras pesadillas: no estar juntos.
Y me pregunto cuándo, en qué momento, a lo largo de eones que han pasado, desde que el mundo era
una gran primavera reluciente,
empezaron las cosas a ir tan mal,
tan rematadamente mal,
y a hacer tanto, tanto frío.

Y supongo que tú
también tendrás noches a la intemperie
-como esta misma- en las que haces recuento de errores y fracasos, y no sé
qué clase de calor será el que eches de menos.
Seguro que yo hice algo por ti,
pero no lo recuerdo, algo inocente o práctico, o generoso o noble,
que compensa todos esos errores
y a ti te reconforta en las peores noches
y a mí me salva.

Mi abrigo azul de pelo de camello.
En mi vida he tenido
un abrigo tan puñeteramente bueno como aquel.

miércoles, 14 de enero de 2015

Mapa (por Wislawa Szymborska)


Plano como la mesa

sobre la que se extiende.

Bajo él nada se mueve

ni busca una salida.

Sobre él mi humano aliento

no crea remolinos de aire

y deja en paz

toda su superficie.


Sus llanuras y valles siempre son verdes,

sus mesetas y montes, amarillos y ocres,

y los mares y océanos de un azul amigable

en sus desgarradas orillas.


Aquí todo es pequeño, cercano y accesible.

Puedo con el filo de la uña aplastar los volcanes,

acariciar los polos sin gruesos guantes;

puedo con una mirada

abarcar cualquier desierto

junto a un río que está justo ahí al lado.


Las selvas están marcadas con algunos arbolitos

entre los que sería difícil perderse.

Al este y al oeste,

sobre y bajo el ecuador,

un espacio sembrado de un silencio absoluto

y en cada oscura semilla

hay gente viviendo tan tranquila.

Fosas comunes y ruinas inesperadas,

de eso nada en esta imagen.


Las fronteras de los países son apenas visibles,

como si dudaran si ser o no ser.


Me gustan los mapas porque mienten.

Porque no dejan paso a la cruda verdad.

Porque magnánimos y con humor bonachón

me despliegan en la mesa un mundo

no de este mundo.

martes, 13 de enero de 2015

Un último invitado (por José Luis García Martín)


Se han ido despidiendo los amigos

y antes de que pudieras darte cuenta

estás bebiendo solo una vez más.

Tú también quieres irte a alguna parte

donde sin fin la fiesta continúe.

Pero no puedes. Hay un invitado

que falta por llegar. Abres la puerta,

te sientas a esperarlo, miras lejos

lentas luces de barcos en la noche.

Un último invitado. Tienes miedo

a que al final decida no venir.

Se te cierran los ojos. No te importe.

Puede que al verlo llores como un niño.

Mejor que llegue cuando estés dormido.


lunes, 12 de enero de 2015

Y no está en sus manos (por Joaquín O. Giannuzzi)


Los niños despavoridos

alzan los brazos en la carretera bombardeada.

Hay un cielo humoso que ha resignado su inocencia

sin preguntar qué sucede con las lágrimas

ni si el dolor tenía ya lenguaje suficiente.

La fotografía planea

hacia el escritorio del presidente como un naipe

y pierde la apuesta: no logra detener la guerra.

Entre la imagen y los ojos

del Gran Magistrado circula una sombra

que de pronto es coagulada

para que el imperio devore su petróleo mortal.

Pulcro y contra natura, tiene ante sí

suficientes razones de Estado, su bandera en la Luna

y una familia sonriendo detrás del vidrio.

Y no está en sus manos

hacer de la historia un lugar para vivir.


domingo, 11 de enero de 2015

Me purificó el corazón (por Bai Juyi)

De noche fui a la orilla del río
para despedirme de un amigo.
Sentía el melancólico susurro
de las hojas de los arces
y de las flores de los juncos.
Bajé del caballo.
Ya me esperaba en la barca.
Levantamos las copas y apuramos.
¡Qué lástima no tener
laúdes y flautas
para apresar el instante!

El vino no nos dio alegría.
Bajo una luna bañada
en la inmensidad del agua
íbamos a separarnos,
tristes, cuando de repente
nos llegaron cautivadoras
dulces voces de un laúd
y fuimos retenidos.
Preguntamos en voz baja
quién lo pulsaba.
Cesó la música
sin adelantar respuesta.
Aproximamos la barca.
De nuevo encendí la lámpara.
Volvimos a poner la mesa;
llenamos de vino las copas,
y a la tañedora invitamos.
Sólo tras repetidos ruegos
apareció, con el laúd en los brazos,
y medio cubierto el rostro.

Templa las cuerdas
y, aún sin interpretar,
llena el espacio de emoción.
Una a una vibran de tristeza
y cada acorde es un lamento
de indescriptibles sufrimientos.
Inclinando la cabeza
ella sigue tocando,
y así se desahoga
de infinitas penas.
Ahora puntea las cuerdas,
ahora las rasga;
tañidos fuertes,
después ligeros.
Primero nos endulza
«Vestido de Arco Iris»,
y luego «Verde Cintura».
De las cuerdas gruesas
se desata una furiosa tormenta,
y de las delgadas
un alegre murmullo de muchachas.

Notas sonoras se mezclan
con notas susurrantes.
Perlas grandes y pequeñas
caen en un plato de jade,
y en medio de frescas flores
trinar y trinar alegres.
Por debajo del limpio hielo,
vienen sollozos de un arroyo.
Se congelan y cesan luego.
¡Qué tristeza tan profunda
vive en el fondo del alma!

Por momentos el silencio
expresa más que la música.
De pronto, quebrado jarrón de plata
y agua esparcida, cristalina.
Oigo el galope de corceles
y furiosos ruidos de sables y jinetes;
la ejecución termina.
Por entre las cuerdas
que suenan como al rasgarse
una tela de seda,
el plectro se retira.
De silencio están cubiertas
las dos barcas.
Sólo la luna plateada
yace en el centro del río.

Indecisa, la tañedora
guarda el plectro.
Se estira la ropa,
grave la expresión,
se levanta y dice:
«Nací en la capital;
vivía mi familia
cerca del Mausoleo Siamo.
Con trece años
aprendí a tañer el laúd,
y mi nombre estaba en la lista
de las tañedoras más destacadas.
Cada vez que interpretaba
los maestros me prodigaban elogios,
y con mi agraciado rostro
me convertí en la envidia
de las artistas celebradas.
Los jóvenes ricos disputaban
por galantearme y obsequiarme.
Para escuchar una sola pieza
me regalaban seda abundante;
quebraban, para llevar el compás,
mis horquillas floreadas de plata,
y el vino que derramaban
regaba mi falda púrpura.
Entre acordes y risas
un año siguió al otro.
Pasó el viento de primavera.
Se ocultó la luna de otoño.
El ejército se llevó a mi hermano,
y la muerte, a mi tía.
Se marchitó la flor de mi vida.
Cada vez menos carruajes
se estacionaban frente a mi puerta.
Casé con un comerciante,
quien me trajo a esta aldea.
La separación no le importa nada:
a él sólo le atraen las ganancias.
Salió a comprar el mes pasado
dejándome sola en la barca,
acompañada de la luna
y el gélido río.
Muchas veces, avanzada la noche,
sueño con mis felices tiempos pasados
y corren las lágrimas
como por arroyuelos rosados.»

Escuchando la ejecución
me penetra su lamento,
y la desconsolada narración
me carga con un pesado dolor.
Estamos huérfanos de suerte,
y para comprendernos
nos basta un solo encuentro.

«Abandoné la capital el año pasado,
y vine desterrado, enfermo.
En este lugar apartado
no oí ni una canción hermosa
desde tan largo tiempo.
Vivo a la orilla del río,
en húmedo y bajo paraje;
mi casa está rodeada
de cañas amargas
y amarillos juncos.
A mis oídos sólo llegan
desgarradores lamentos de cucos
y aullidos melancólicos de monos.
En las florecientes mañanas de primavera
y en las otoñales noches de luna,
ante una jarra de vino, bebo solo.
Aunque se oyen coplas y flautas,
son feas y me desagradan.
Esta noche me ha deleitado
escuchar su interpretación.
Me purificó el corazón
y me parecieron melodías
de los dioses.
Le ruego que nos toque algo más».

Improvisaré un poema titulado
La Tañedora del Laúd
y va a usted dedicado.

La bella dama, conmovida,
permanece de pie largo rato.
Luego se sienta
y con cadencias aceleradas
pulsa las cuerdas.
Vibran tan desconsoladas
que arrancan a todos lágrimas.
El que compone este poema,
con túnica bañada,
es quien llora con más tristeza.

sábado, 10 de enero de 2015

Quién soy (por Tomas Tranströmer)


Me dormí al volante y choqué contra un árbol al lado de la

carretera. Me arrebujé en el asiento de atrás y me dormí. ¿Cuánto

tiempo? Horas. Se había hecho de noche.

De repente, me desperté y no sabía quién era. Estoy plenamente

consciente, pero no me sirve de nada. ¿Dónde estoy?

¿QUIÉN soy? Soy algo que acaba de despertar en un asiento trasero

dominado por el pánico como un gato en un saco de arpillera.

¿Quién soy?

Un rato después, la vida vuelve a mí. Mi nombre vuelve a

mí como un ángel. Por fuera del muro del castillo suena una

trompeta (como en la obertura Leonora) y los pasos que me ayudarán

bajan rápido rápido la larga escalinata. ¡Soy yo el que viene!

¡Soy yo!

Pero imposible olvidar la decimoquinta batalla en el infierno

de la nada, a unos pocos pasos de una carretera principal por

la que pasan los coches con las luces encendidas.

viernes, 9 de enero de 2015

Y creyendo comprender (por Fina García Marruz)

No hay tiempo de empezar por el principio, todo
en orden, sin vergüenza, en el azul elemental y cándido.
No hay lucidez posible, el círculo ha cerrado
su horizonte en que humildes paraísos fanfarroneaban.
No hay tiempo ya de ser, por algún modo, ilustre
como un asno, una vid, y de igual muerte
no hay tiempo de ignorarlo completamente todo.
Y se está ya en la hora de sonreír como los tontos
mirando el juego de los niños y la furia del adolescente,
y creyendo comprender, conformarse como los pequeños pájaros
que asaltan sin mover las patas, a brincos, de dos en dos.
Pero el futuro lucirá siempre viejo frente al hoy minucioso,
frente a la posesión diurna, el cegador privilegio.
No hay tiempo ya para la inocencia y el rostro individual.
La desdicha corrompiéndonos, nos cambia los nombres a capricho.
Y mientras nos vamos pareciendo a todos en la vida y en la muerte,
en el pecado y en el deseo, en el desasimiento y la noche,
acobardados entramos en lo uniforme, y entonces,
como una loca promesa, sentimos por los hombros
la inmerecida investidura de lo vivo, lo oscuro.


jueves, 8 de enero de 2015

Por eso te espera (por Federico Hernández)


Le pedí a esta silla que te esperara.

Disculpa si permanece fiel a mi desgracia,
si la encuentras firme como un soldado.

Ella no quiso dejarme solo.
Le hablé de ti con más pasión que la polilla.

Tuvo a bien agradecer con calma,
con resignada paciencia y con fricciones
-la casi inaudible voz de su madera-.

No se quejó como el casero,
no puso en duda mi avaricia,
no tuvo roces con mis llagas.

Por eso te espera, obediente;
por eso dice que estuve solo
y que mis abrigos ya no abrigan;
por eso nos ves aquí,
más honestos y amparados que una rabia.

Siéntate.

Ahora dinos que llegaste.

miércoles, 7 de enero de 2015

Aquello que perturba (por William Butler Yeats)


A través del invierno invocamos la primavera,
durante toda la primavera llamamos al verano,
y cuando ya resuenan los setos rebosantes
declaramos que lo mejor es el invierno.
Y después nada hay bueno
porque la primavera no ha venido.
No sabemos que aquello que perturba nuestra sangre
es sólo su nostalgia de la tumba.


martes, 6 de enero de 2015

La mujer de Lot (por Anna Ajmátova)


Y el justo seguía al enviado de Dios,
inmenso y claro, por la negra montaña.
Pero la angustia le hablaba en voz alta a su esposa:
aún no es tarde, aún puedes mirar
las torres rojas de tu natal Sodoma,
la plaza donde cantabas en el patio, donde hilabas,
las vacías ventanas de la alta casa,
donde a tu querido esposo le pariste hijos.
Lanzó una mirada, y paralizada por un dolor mortal,
sus ojos ya no pudieron mirar más;
y se convirtió su cuerpo en sal transparente,
y sus veloces piernas se soldaron al suelo.
¿Quién llorará a esta mujer?
¿No parece ser la menor de las pérdidas?
Sólo mi corazón no olvidará jamás
a la que cambió su vida por una sola mirada.


lunes, 5 de enero de 2015

Guerra (por Charles Simic)

El dedo tembloroso de una mujer
recorre la lista de bajas
en la tarde de la primera nevada.

La casa es fría y la lista es larga.

Todos nuestros nombres están incluidos.


domingo, 4 de enero de 2015

Aquella casa en obras (por Francisco Barrionuevo)

Le llevaron a ver aquella casa
en obras frente al mar.

Conversaban sus padres -sintió miedo-
con gente extraña y sucia. Y la tristeza
por una casa fea, gris y rota,
sin puertas ni ventanas.
Creyó que estaba terminada.

Que habían de habitarla de ese modo,
con todo aquel desorden, sin saber
muy bien qué era el desorden.
Más tarde fue feliz en esa casa.
Que un día demolieron.

De mayor fue arquitecto. En toda obra
siente, al entrar, tristeza.

sábado, 3 de enero de 2015

Yo soñé otra (por Toni Morrison)

Esta casa ¿de quién es?
¿De quién es la noche que impide que entre
la luz?
Di, ¿a quién pertenece esta casa?
Mía no es.
Yo soñé otra, más acogedora, más luminosa,
con vistas a lagos que surcan barcos pintados,
a anchos campos abiertos ante mí como brazos.
Es extraña esta casa.
Sus sombras mienten.
Di, contesta, ¿por qué entra mi llave en la cerradura?

viernes, 2 de enero de 2015

Un relámpago (por Inmaculada Moreno)

Nada me gusta más
que estar con los amigos
donde no falte el vino ni la charla,
y mejor si ya es tarde y si la noche
nos va pasando a todos
sus brazos por los hombros
confidente y serena.

Pero entre todas esas
horas de la penumbra,
ninguna como aquélla en que, de pronto,
un relámpago ciego atravesaba
la larguísima mesa,
la barricada de las voces,
el laberinto de los hombros
y, en un vuelo sin sitio, me llegaba
el minúsculo abrazo de tus párpados.

jueves, 1 de enero de 2015

Llueve en el mar (por Leopoldo Lugones)


Llueve en el mar con un murmullo lento.
La brisa gime tanto, que da pena.
El día es largo y triste. El elemento
duerme el sueño pesado de la arena.

Llueve. La lluvia lánguida trasciende
su olor de flor helada y desabrida.
El día es largo y triste. Uno comprende
que la muerte es así..., que así es la vida.

Sigue lloviendo. El día es triste y largo.
En el remoto gris se abisma el ser.
Llueve... Y uno quisiera, sin embargo,
que no acabara nunca de llover.