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lunes, 9 de abril de 2018

Primera evocación (por Ángel González)


Recuerdo
bien
a mi madre.
Tenía miedo del viento,
era pequeña
de estatura,
la asustaban los truenos,
y las guerras
siempre estaba temiéndolas
de lejos,
desde antes
de la última ruptura
del Tratado suscrito
por todos los ministros de asuntos exteriores.

Recuerdo
que yo no comprendía.
El viento se llevaba
silbando
las hojas de los árboles,
y era como un alegre barrendero
que dejaba las niñas
despeinadas y enteras,
con las piernas desnudas e inocentes.
Por otra parte, el trueno
tronaba demasiado, era imposible
soportar sin horror esa estridencia,
aunque jamás ocurría nada luego:
la lluvia se encargaba de borrar
el dibujo violento del relámpago
y el arco iris ponía
un bucólico fin a tanto estrépito.

Llegó también la guerra un mal verano.
Llegó después la paz, tras un invierno
todavía peor. Esa vez, sin embargo,
no devolvió lo arrebatado el viento.
Ni la lluvia
pudo borrar las huellas de la sangre.
Perdido para siempre lo perdido,
atrás quedó definitivamente
muerto lo que fue muerto.

Por eso (y por más cosas)
recuerdo muchas veces a mi madre:
cuando el viento
se adueña de las calles de la noche,
y golpea las puertas, y huye, y deja
un rastro de cristales y de ramas
rotas, que al alba
la ciudad muestra desolada y lívida;

cuando el rayo
hiende el aire, y crepita,
y cae en tierra,
trazando surcos de carbón y fuego,
erizando los lomos de los gatos
y trastocando el norte de las brújulas;

y, sobre todo, cuando
la guerra ha comenzado,
lejos -nos dicen- y pequeña
-no hay por qué preocuparse-, cubriendo
de cadáveres mínimos distantes territorios,
de crímenes lejanos, de huérfanos pequeños...



3 comentarios:

Pablo M dijo...

No se puede ganar una guerra, como no se puede ganar un terremoto.

Lloviendo amares dijo...

Amo la nieve sucia, la nieve pisada por las gentes que no sé cómo se llaman. Sobre esta nieve dulcemente sucia me dejaría morir de abandono. Sobre esta nieve carnalmente sucia pienso que no me habría de pesar la muerte. Yo amo la nieve sucia, la nieve entregada a todos los hombres de la ciudad.

(CELA)

TóTUM REVOLùTUM dijo...

No debería ser así

pero

hay más idas que llegadas

hay más finales que inicios

hay más pérdidas que encuentros

hay más finales que inicios

hay más adioses que holas



(RAFAEL BALDAYA)